sábado, 23 de abril de 2011

En el Día Mundial del Libro y el Derecho de Autor - Día del Idioma Castellano

No puedo, en este día tan especial, dejar de colgar en este mi blog, el texto del discurso del PN de Literatura 2010, MVLL, leído con ocasión de la inauguración de la 37o. Feria del Libro de Buenos Aires, Argentina 2011, el día de ayer 22 de abril.

"La libertad y los libros"
Mario Vargas Llosa
37º Feria del Libro de Buenos Aires
Agradezco a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires honrarme con la invitación a ocupar esta tribuna el día de la inauguración. He tenido ya ocasión de participar en ella hace algunos años y me alegra saber que ha ido creciendo y atrayendo cada vez a más editores, libreros y lectores hasta convertirse en una de las ferias de libro más importante en todo el ámbito de nuestra lengua.
No me extraña nada que haya ocurrido así. Desde la primera vez que pisé Buenos Aires, hace de esto cerca de medio siglo, advertí que esta ciudad y los libros tenían una afinidad recóndita, comparable a la que sólo había advertido antes en París, y que, al igual que esta última, Buenos Aires era una ciudad de librerías -modernas y anticuarias-, de cafés literarios, de escribidores y lectores, donde todo letraherido se sentía inmediatamente en su casa. No es por eso nada raro que uno de los más grandes creadores de nuestro tiempo, Jorge Luis Borges, fuera un porteño y que se pueda decir de su extraordinaria obra que toda ella es como la exhalación imaginaria
emanada de una biblioteca, institución en la que Borges, recordemos, en uno de sus más bellos textos, materializó el Paraíso.
Agradezco también a los organizadores de este certamen haber resistido las presiones de algunos colegas y adversarios de mis ideas políticas, para desinvitarme. Y extiendo mi agradecimiento a la Presidenta, señora Cristina Fernández de Kirchner, cuya oportuna intervención atajó aquel intento de veto. Ojalá esta toma de posición en favor de la libertad de expresión de la mandataria argentina se contagie a todos sus partidarios. Este episodio, me parece, más allá de lo anecdótico, plantea un asunto interesante y actual al que no me parece inadecuado abordar en el marco de
este certamen con una breve exposición que se podría titular: "La libertad y los libros".
Manuscritos, impresos y, ahora, digitales, los libros representan la diversidad humana (mientras no sean expurgados, claro está). A condición de que puedan participar en ella sin discriminación, cortes, sin censura, los libros de una Feria del Libro son, en pequeño formato, la humanidad viviente, con lo mejor y lo peor que ella tiene: sus creencias, sus fantasías, sus conocimientos, sus sueños, sus amores y sus odios, sus prejuicios, sus pequeñeces y grandezas. Ningún espejo retrata
mejor a esa colectividad de hombres y mujeres que conforman las diversas tradiciones, culturas, etnias, lenguajes, mitos, costumbres, modos y modas del fenómeno humano. Esa extraordinaria variedad desaparece cuando, abandonando la superficie, gracias a los libros nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces o denominadores comunes de la especie, pues allí descubrimos lo que hay de solidario y semejante por debajo de aquella frondosa variedad: una condición, unos sentimientos, unos anhelos, unas alegrías y unos miedos que establecen una identidad recóndita sobre las diferencias y distancias que la historia ha ido forjando entre razas,
pueblos y culturas a lo largo de los siglos.
Los libros nos ayudan a derrotar los prejuicios racistas, étnicos, religiosos e ideológicos entre los pueblos y las personas y a descubrir que, por encima o por debajo de las fronteras regionales y nacionales, somos iguales en el fondo, que los "otros" somos en verdad "nosotros" mismos.
Gracias a los libros viajamos en el espacio y en el tiempo, como hizo Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos sin salir de su biblioteca, y comprobamos que, con todos sus matices y variantes, la humanidad es una sola y compartida.
Podemos comparar el mundo de los libros que en estos momentos nos rodea con un bosque
encantado. Ellos están allí, quietos, inertes, silenciosos, como los árboles y las plantas de las fantásticas historias infantiles, esperando la varita mágica que los anime. Basta que los abramos y celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos convocada por la hechicería de sus letras y palabras, y un surtidor de ideas, imágenes y sugestiones se eleve del papel hacia nosotros, nos impregne, arrebate y traslade a otra vida, a menudo más rica, coherente, intensa y entretenida que la vida verdadera, en la que a menudo las
rutinas embrutecedoras cotidianas nos dejan apenas resquicios para la exaltación y la felicidad.
La vida de los libros nos enriquece y nos transforma. Nos hace más sensibles, más imaginativos y, sobre todo, más libres. Más críticos del mundo tal como es y más empeñados en que cambie también él y se vaya acercando a los mundos que inventamos a imagen y semejanza de nuestros deseos y sueños.
Por eso, los libros son un testimonio inapelable de las carencias y deficiencias de la vida, aquellas que incitan a los seres humanos a crear mundos de fantasías y a volcarlos en ficciones para poder tener aquello que la vida que vivimos no nos da.
El viaje al corazón de ese bosque encantado de los libros no es gratuito, un paseo divertido y sin secuelas. Es un viaje que deja huellas en el sentimiento y la inteligencia del lector, la comprobación de que el mundo real está mal hecho pues no basta para colmar nuestros anhelos.
¿Para qué inventaríamos otros mundos si con éste nos bastara? Es imposible no salir de un buen libro sin la extraña insatisfacción de estar abandonando algo perfecto para volver a lo imperfecto y empezar a mirar el entorno con cierto desánimo y frustración. Nada ha hecho que el mundo progrese tanto desde los tiempos de la caverna primitiva hasta la era de la globalización como ese viaje a lo imaginario que acompaña a hombres y mujeres desde su más remoto pasado y del que da testimonio inequívoco el mundo vertiginoso y laberíntico de los libros.
No es sorprendente, por ello, que los libros hayan despertado, a lo largo de la historia, la desconfianza, el recelo y el temor de los enemigos de la libertad, de quienes se creen dueños de las verdades absolutas, de todos los dogmáticos y fanáticos que han sembrado de odio y violencia zigzagueante el curso de la civilización.
La Inquisición lo vio clarísimo: los libros deben ser examinados y purgados por censores estrictos para asegurar que sus contenidos se ajusten a la ortodoxia y no se deslicen en ellos apostasías y desviaciones de la doctrina verdadera. Dejarlos prosperar sin esa camisa de fuerza de la censura previa sería poblar el mundo de heterodoxias, teorías subversivas, tentaciones peligrosas y desafíos múltiples a las verdades canónicas. Esta mentalidad llevó a decidir que todo un género literario -la novela- fuera prohibida durante los tres siglos que duró la colonia en todas las
posesiones españolas de América. Durante trescientos años no se pudo editar ni importar ficciones en las colonias americanas. El contrabando se encargó de que muchas novelas circularan en nuestras tierras, felizmente. Pero una de las perversas -o talvez felices- consecuencias de esta prohibición fue que, en América Latina, como la ficción fue reprimida en el género que la expresaba mejor -las novelas-, y como los seres humanos no podemos vivir sin ficciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo todo -la religión, desde luego, pero también las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y, y por supuesto, la política-, con el previsible resultado de que, todavía en nuestros días, los latinoamericanos tengamos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y realidad. Eso ha sido muy beneficioso en los dominios del arte y la literatura, pero bastante catastrófico en otros, en los que sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo -saber diferenciar el suelo firme de las nubes- un país puede estancarse o irse a pique.
Los comisarios políticos han reemplazado en la vida moderna a los inquisidores de antaño.
Vez que se ha apoderado de un gobierno un fanático religioso, ideológico o un caudillo megalómano que se cree dueño de la verdad absoluta, los libros se han visto sometidos a purgas, recortes y vejaciones para tratar de evitar que lo que ellos encarnan mejor que nadie -la diversidad humana, la variedad de ideas, creencias, puntos de vista, costumbres y tradiciones- se divulgue y contradiga la visión dogmática, excluyente y autoritaria entronizada. Nazis, fascistas, comunistas, caudillos militares o civiles enceguecidos por los espejismos de las verdades absolutas han tratado a lo largo de toda la historia y en todas las geografías del planeta de domesticar y embridar el espíritu creativo, insumiso y crítico -que ha sido siempre el motor del cambio-, pero, por fortuna, siempre han fracasado. Dejando, eso sí, en el camino una miríada de víctimas -torturados, encarcelados y asesinados- que, pese a la represión y a las persecuciones, mantuvieron siempre viva aquella llama de libertad que anida, como un alma secreta, en el corazón de los libros.
Leer nos hace libres, a condición, claro está, de que podamos elegir los libros que queremos leer, y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las estrechas orejeras con que ellos aprisionan la vida. Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos, el precioso fuego que la atiza,mantiene y renueva.
Una de las mejores tradiciones de la Argentina ha sido ser un país de libros, escritores y lectores.
Yo lo recuerdo muy bien, pues en mi infancia y mi adolescencia se nutrieron de revistas y libros (y, añadiré, películas y canciones) que se producían y editaban en este país y se difundían por todos los rincones de América. Por ejemplo, llegaban puntualmente a Cochabamba, la ciudad boliviana donde viví hasta los diez años. Recuerdo muy bien la llegada periódica de Leoplán para el abuelo, el Para ti que leían mi madre y mi abuela y el Billiken que yo esperaba como maná del cielo. Más
tarde, de universitario en San Marcos, en Lima, conocí la literatura más renovadora y moderna, de Faulkner a Thomas Mann, de Joyce a Sartre, de Camus a Forster, de Eliot a Hemingway, gracias a las traducciones que editoriales como Losada, Sudamericana, Emecé, Sur y otras publicaban y distribuían por todo el continente. Como innumerables jóvenes latinoamericanos de mi generación puedo decir por eso que debo buena parte de mi formación literaria a esa pasión por los libros que anida en el corazón de la cultura argentina.
Hago votos porque esa hermosa tradición se renueve y fortalezca y que sea la mejor expresión de ello esta Feria del Libro de Buenos Aires.

Muchas gracias.
Mario VARGAS LLOSA

http://www.clarin.com/sociedad/Feria_del_Libro_2011-Mario_Vargas_Llosa_CLAFIL20110421_0002.pdf

Siempre estoy preocupado por definir los conceptos de Lengua e Idioma. Para mí, siendo sinónimos, presentan diferencia semántica sutil. Lengua, sistema lingüístico en su forma primigenia, hablada. Idioma, ese mismo sistema; pero, usado también en su forma escrita. Por ello, también aclaro que uso diferenciadamente, discurso y texto. Texto en código escrito: IDIOMA. Discurso en código oral: LENGUA. Todos usamos la Lengua Castellana o Española. Muy pocos podemos acceder al Idioma Castellano o Español. Estamos obligados a usar el Idioma. Escribamos... Lo podemos hacer ahora a través del teclado y publicarlo por Internet. ¡Éxitos!

viernes, 22 de abril de 2011

23 de abril de 2011: Día Mundial del Libro y Derecho de Autor

Mensaje de la Sra. Irina Bokova,
Directora General de la UNESCO,
con motivo del Día Mundial del Libro
y del Derecho de Autor
23 de abril de 2011
Los libros son al mismo tiempo objeto e idea. Con su forma material y su
contenido inmaterial, los libros son vectores de los pensamientos del autor y
cobran sentido en la imaginación de los lectores. Esta conversación privada es la
esencia de la lectura, aunque los libros reposan en la idea de compartir:
compartir experiencias, conocimientos y puntos de vista.
Esta es la riqueza que celebramos en el Día Mundial del Libro y del Derecho de
Autor. Los libros son la forma de diálogo más poderosa entre personas, en las
comunidades, entre generaciones y con otras sociedades. Es indispensable
proteger esta forma singular de diálogo. La técnica de los libros es antigua, pero
sigue estando a la vanguardia, sigue siendo funcional y, en algunos casos,
resulta irremplazable. Sin embargo, esto no significa que no estén surgiendo
cambios o que debamos oponernos a ellos rotundamente.
Corresponde a la UNESCO estudiar todas las repercusiones del cambio y sacar
el máximo provecho de él, al mismo tiempo que se preservan los valores y
medios de expresión que compartimos y valoramos. Nuestro papel es servir de
foro de debate y cumplir la función de distribuidor de conocimientos, con el fin de
explorar viejas y nuevas ideas.
El mercado mundial del libro se ve profundamente afectado por el auge de los
libros electrónicos y el contenido descargable, que está transformando la
industria y las profesiones editoriales, y afecta a los autores y lectores. Los
efectos de esta transformación serán profundos y duraderos.
El cambio también está dando lugar a nuevos debates animados acerca de los
puntos fuertes y débiles de los distintos tipos de productos, la naturaleza del DG/ME/ID/2011/007 – pág. 2
derecho de autor en la actualidad, el papel de las bibliotecas en cuanto al
conocimiento en línea y el significado de la “autoría” en un mundo de blogs y
wikis.
Es nuestro deber seguir atentamente estos complejos debates y, en ese sentido,
la UNESCO ha asumido una función de liderazgo. El tema del segundo Foro
mundial de la UNESCO sobre la cultura y las industrias culturales, que se
celebrará en junio en Monza (Italia), no podría ser más oportuno: “El libro de
mañana: el futuro de la palabra escrita”.
Los libros encarnan la capacidad humana de suscitar mundos reales e
imaginarios y ponerlos en palabras. Son las mejores voces de la tolerancia y las
señales más claras de esperanza. Los libros son los pilares de sociedades libres
y abiertas.
Tenemos la obligación de protegerlos, así como de poner su riqueza a
disposición de los 800 millones de adultos que aún no saben leer. Debemos
estudiar todos los aspectos de los cambios que están experimentando hoy en
día. Estos son los compromisos que debemos contraer en este Día Mundial del
Libro y del Derecho de Autor.
Irina Bokova
http://www.unesco.org/culture/pdf/Message-es.pdf

En horas nocturnas de hoy sábado 23 de abril de 2011, en casa de Pilar Saavedra, Decana del Colegio de Profesores de San Martín, estaré presentando estos textos:
23 DE ABRIL: Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor
Día del Idioma Castellano
Miguel de Cervantes Saavedra: Español: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. “Los que gobiernan ínsulas, por lo menos debían saber gramática”
William Shakespeare: Inglés
Inca Garcilaso de la Vega: Peruano
José Carlos Mariátegui
César Abraham Vallejo Mendoza

INTENSIDAD Y ALTURA- de “Poemas Humanos” de César Vallejo (1892-1938) PERÚ
Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

LAS PALABRAS- de “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda (1904-1973) CHILE
...Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan.
Me prosterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo todas las palabras. Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen...

Vocablos amados. Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras...

Son tan hermosas que las quiero poner en mi poema. Las agarro al vuelo cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces, las revuelvo, las agito, me las bebo, las trituro, las libero, las emperejilo...

Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola.

Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se colocó dentro de una frase que no la esperaba...

Tienen sombra, transparencia, peso, plumas. Tienen todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas. Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos. Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, tabaco negro, oro, maíz con un apetito voraz.

Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías... Pero a los conquistadores se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí, resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se llevaron mucho y nos dejaron mucho...

Nos dejaron las palabras.