martes, 15 de abril de 2008

César Vallejo: Setenta años después


Aquella mañana (9:19) del viernes 15 de abril de 1938 que morías en la clínica Chirurgicale, de París-FRANCIA, a tus 46 años, no por paludismo, como después se dijo; sino víctima de golpes letales de crisis socio-económico-políticas; renacías, en cambio, para vivir permanentemente en los hombres que aman y luchan por la verdad, la belleza y la justicia. 70 años ha que has muerto y… paradójicamente, vives más.

En Tarapoto, mucha gente, en especial los universitarios, que leen tus escritos, entienden tu mensaje y ponen en práctica los valores implícitos en tu obra. Por ende, ellos, igual que yo, te agradecemos, de veras, por lo que nos legaste: Tu obra poética: “Los Heraldos Negros”, “Trilce”, “Poemas Humanos”, “España, aparta de mí este cáliz”; tu obra narrativa: Cuentos y Novelas; tu obra dramática: Dramas; tu obra periodística: Artículos; tu obra ensayística: Ensayos; y tu obra epistolar: Cartas. Todas con peculiaridades de su género respectivo, contienen profundo humanismo para la forja de un HOMBRE, así con mayúsculas, para una sociedad de iguales, aquí en la tierra.

La lucha que emprendiste no fue en vano, el sistema que te mató va a fenecer, sus días están contados. Hoy, a 70 años de tu muerte, vives más en cada uno de nosotros que caminamos por el derrotero que nos señalaste.

Para los que todavía no te han sentido, reproduzco dos de tus poemas:

MASA

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tánto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
“¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. 
 
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando “¡Tánto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “¡Quédate hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
 
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

(De ESPAÑA, APARTE DE MÍ ESTE CÁLIZ)


PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

talvez un jueves, como es hoy, de otoño.


Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.


César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro


también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos…


(De POEMAS HUMANOS)

“César Abraham Vallejo Mendoza, nació el miércoles 16 de marzo de 1892, en Santiago de Chuco, La Libertad-PERÚ y murió el viernes 15 de abril de 1938, en París-FRANCIA. Fue el menor de 12 hermanos. Fue hijo último (“shulca”) de don Francisco de Paula Vallejo Benítez y de doña María de los Santos Mendoza Gurrionero. Pasó sus primeros años escolares en la Escuela Municipal y en el Centro Escolar No. 27 de su lugar natal; de 1905 a 1908 estudió en el Colegio Nacional de San Nicolás en Huamachuco. De esta edad, sus mentores certificaron: “Era estudioso, inquieto, versificaba con facilidad y gustaba discutir temas filosóficos. El 2 de abril de 1910, dio un paso importante en su vocación poética, al inscribirse en la Facultad de Letras de la Universidad de Trujillo. Por obvias dificultades económicas abandonó la casa de estudios tomando la decisión de regresar al lado de su progenitor para ayudar en la labor de “tinterillo” que desarrollaba don Francisco en asuntos de su comunidad y poblados circunvecinos. Cansado de juzgados, líos judiciales y policías, cambió de trabajo por el pico, la pala, la oscuridad de las minas de Quiruvilca, fundo entre Huamachuco y Santiago de Chuco. Las condiciones laborales que sufrían los mineros quedaron registradas en su novela “El Tungsteno” escrita en 1931. Apoyado por su hermano Víctor y el patriarca de la casa cambió su domicilio a la ciudad de Lima en 1911 con el objeto de estudiar medicina en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, institución que abandonó para ocupar el puesto de Preceptor de los hijos del hacendado y político Daniel Sotil; al poco tiempo dejó esta labor, cambiando de tarea al trabajar durante un año en la Hacienda Roma, en el valle costeño de Chicama. Este episodio lo marcó por ser testigo de la esclavitud de los peones, obligados a trabajar jornadas de 18 horas recibiendo como pago un puñado de arroz.

A partir de 1918 su vena literaria comenzó a fluir en libros que buscaban lectores. Ese año publicó “Los Heraldos Negros”, obra que impulsó el comentario de Antenor Orrego “A partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad y la autonomía de una vernácula articulación verbal”. La expresión poética de Vallejo, su acertado manejo del lenguaje casero, la belleza de sus imágenes, la musicalidad de sus poemas, el manejo lingüístico que empleó en sus metáforas nos muestran a un poeta de principio a fin, que se ha manifestado espléndidamente en “Trilce” (1922), en “Escalas melografiadas” (1923), y en la novela “Fabla salvaje” (1923). El verano de 1923, acompañado por Julio Gálvez Orrego partió rumbo a la Ciudad Luz, para olvidar la experiencia de su estancia en la Cárcel de Trujillo, bajo la acusación de haber participado en los acontecimientos violentos suscitados en la celebración del Apóstol Santiago en la población de Santiago de Chuco. En julio de ese año arribó a la capital francesa, esperanza de vida, futuro de muerte.

Sus dificultades monetarias en su exilio europeo lo obligaron a alimentarse –cuando había- de pan y leche, alimentos que le ayudaban en la intensa actividad intelectual que desarrollaba motivada por su compromiso social y su actitud política que lo llevaron a breves viajes por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Española. En el círculo literario que frecuentaba participaban Vicente Huidobro, Gerardo Diego, Juan Larrea, Tristán Tzara, Pablo Neruda quienes en el año de 1926 publicaron dos números de la revista “Favorables París Poema”. “Los Poemas humanos” del César de la poesía fueron escritos entre 1923-1928 y el poema “España, aparta de mí este cáliz” forma parte del volumen que fue publicado póstumamente en 1939 y que es considerado junto a “Los heraldos negros” elemento de la trilogía que distingue la originalidad de su obra.

Juan Larrea relató su visión del momento fúnebre: “Su respiración se agotó levemente y poco a poco se fue apagando sin aspaviento alguno, dignamente, con la misma dignidad que había vivido. Eran las nueve y diecinueve minutos del viernes 15 de abril, Viernes Santo”.

El 19 de abril, Louis Aragón, a nombre de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, publicó una esquela que manifestaba:

“Cumplimos el deber de comunicaros una dolorosa nueva. Nuesto amigo César Vallejo, el gran poeta peruano, acaba de morir en París. En estos graves momentos de la historia, nuestro secretariado quiere rendir este homenaje a aquel que torturado por los trágicos acontecimientos de España, no pudo resistir tanto dolor”.

Desde aquel viernes 15 de abril, ha 70 años, César Vallejo se convirtió en poesía”.

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